Hace dos años, Ecuador sorprendió al mundo con un referéndum histórico: más del 58% de la población votó a favor de mantener casi mil millones de barriles de petróleo crudo bajo tierra en el Parque Nacional Yasuní, uno de los lugares con mayor biodiversidad del planeta y hogar de pueblos indígenas en aislamiento voluntario (Tagaeri y Taromenane). El referéndum fue un triunfo de la democracia y un ejemplo mundial de cómo una sociedad puede optar por proteger la vida por encima del petróleo.
Sin embargo, poco ha cambiado desde entonces: para agosto de 2024, solo se había cerrado uno de los 247 pozos del Bloque 43. El referéndum ordenó el cese de las operaciones petroleras en el plazo de un año, pero El gobierno ha anunciado que tomará cinco.
Hoy, surgen nuevas amenazas, y la decisión del pueblo ecuatoriano sigue sin cumplirse. El presidente Daniel Noboa impulsa la mayor subasta petrolera en décadas: 2.3 millones de hectáreas divididas en 14 bloques que se superponen con los territorios de siete naciones indígenas (Sapara, Shiwiar, Waorani, Kichwa, Achuar, Shuar y Andoa) en la selva amazónica. Este giro extractivista no es solo una contradicción ecológica, dado que la humanidad ya ha cruzado siete de los nueve límites planetarios y la Amazonía se acerca a un punto de inflexión, pero también profundiza la crisis política y social de Ecuador, que se extiende desde las calles hasta los mercados financieros del Norte Global. Forma parte de un ambicioso plan para impulsar la inversión en el sector de hidrocarburos, que incluye 49 nuevos proyectos por valor de 47 mil millones de dólares.
Para hacer viable este plan, la administración Noboa está impulsando medidas económicas regresivas y una legislación que restringe la protesta social Al mismo tiempo, se debilita la independencia judicial y la gobernanza ambiental. Los líderes territoriales que se oponen a la expansión petrolera se enfrentan a un aparato estatal cada vez más represivo. Incluso se habla de cambios constitucionales que priorizarían mayores garantías para los inversores en detrimento de los derechos colectivos, como el consentimiento libre, previo e informado, y los derechos de la propia naturaleza.
La expansión petrolera en Ecuador no es un fenómeno aislado y no puede entenderse sin examinar los mercados internacionales. En un informe reciente, coescrito por Amazon WatchExponemos cómo más de 190 empresas de petróleo, gas y carbón están expandiendo sus operaciones en América Latina y el Caribe, con el respaldo de bancos e inversionistas de Estados Unidos y Europa. Si bien la ciencia ha demostrado que la apertura de nuevos yacimientos petrolíferos es incompatible con los objetivos climáticos globales, desde la adopción del Acuerdo de París se han abierto más de 930,000 km² a la exploración de petróleo y gas en la región, un área mayor que Venezuela.
El dilema es más profundo: ¿puede haber verdadera democracia en sociedades cuyas economías siguen ligadas a la extracción petrolera en territorios indígenas y de gran riqueza ecológica? El referéndum del Yasuní demostró que otro camino es posible. El reto ahora es garantizar que esta decisión soberana no quede sepultada bajo decretos petroleros, reformas regresivas y acuerdos con inversionistas.
Lo que está en juego no es solo la Amazonía ecuatoriana. Una transición energética justa debe partir del principio de responsabilidad compartida pero diferenciada. La próxima COP30 en Brasil será una prueba decisiva: ¿se comprometerán los gobiernos a declarar la Amazonía una región libre de combustibles fósiles o permitirán que se convierta en una zona de sacrificio? Esperamos que prioricen el bienestar intergeneracional e interespecies sobre las ganancias a corto plazo.





