A principios de 2025, una de las victorias climáticas más importantes del mundo está en juego.
Hace más de un año y medio, el pueblo de Ecuador votó por una abrumadora mayoría a favor de mantener una de sus mayores reservas de petróleo bajo tierra. Este hecho histórico permitirá conservar más de 726 millones de barriles de petróleo crudo bajo el Parque Nacional Yasuní, uno de los lugares con mayor biodiversidad del planeta y hogar de los últimos pueblos indígenas del país que viven en aislamiento. Fue un voto por la esperanza, por el futuro y por la protección de la biodiversidad y los derechos indígenas.
Establece un precedente importante para los referendos populares que pueden reproducirse en todo el mundo. La iniciativa de referendo fue parte de un referendo nacional y recibió el 59% de aprobación de la población de un país que alguna vez fue miembro formal de la OPEP y donde el petróleo representa actualmente un tercio de sus ingresos por exportaciones.
El referendo cierra 246 pozos que se encuentran actualmente en producción, muchos de los cuales han entrado en funcionamiento recientemente. Frustra los ambiciosos planes del gobierno de ampliar las perforaciones en el Yasuní, donde esperaba abrir más de 600 pozos en tres campos petrolíferos conocidos como ITT (Ishpingo, Tambococha, Tiputini).
Esta victoria fue el resultado de décadas de campañas por parte de pueblos indígenas y organizaciones de la sociedad civil e inspiró un gran aumento en el voto de los jóvenes, que acudieron a las urnas con la esperanza de tener un planeta habitable para ellos y las generaciones futuras.
Pero el gobierno y su empresa petrolera estatal, Petroecuador, siguen demorando el desmantelamiento de las perforaciones, socavando la voluntad de los votantes, poniendo en peligro el proceso democrático del país y poniendo en peligro a los pueblos indígenas aislados y a nuestro planeta.
Retraso y engaño
La Corte Constitucional del país, que supervisa la implementación del referendo, dio al gobierno un año para poner fin a las actividades petroleras, desmantelar la infraestructura y remediar y restaurar la zona. Este plazo vence en febrero, pero las agencias gubernamentales y Petroecuador están lejos de cumplirlo. En cambio, están poniendo en marcha mecanismos para oscurecer el proceso y retrasar el cierre de los pozos de producción.
Petroecuador ha ignorado el mandato judicial, argumentando que tardará cinco años en cumplirlo. Pero incluso con el cronograma que se impuso, no ha cumplido su promesa de cerrar diez pozos para fines de 2024. Actualmente, no hay evidencia de que se hayan cerrado más pozos, aparte del primero que se retiró simbólicamente en el aniversario de la votación el 20 de agosto pasado.
Resulta inquietante que, en diciembre del año pasado, Petroecuador dejara de informar sobre la producción específica de crudo de los pozos de ITT y, en su lugar, la combinara con los totales de producción de los campos vecinos. Esto oculta en la práctica si la producción en los campos está disminuyendo y si los pozos en realidad están siendo cerrados.
Pendiente decisión de la Corte Interamericana de Derechos Humanos
No sólo es urgente implementar los resultados del referéndum para respetar la voluntad del pueblo, sino que también está en juego el destino de dos pueblos indígenas que viven en aislamiento voluntario dentro y alrededor del Yasuní. Los Tagaeri y los Taromenane son clanes seminómadas de los Waorani, la nación indígena cuyo territorio ancestral y titulado se superpone con el Parque Nacional Yasuní. Las actividades petroleras representan una amenaza existencial para ellos. Cada día que se retrasa la implementación del referéndum, esa amenaza se profundiza.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ha dictado reiteradas veces medidas cautelares a favor de los tagaeri y taromenane, denunciando al gobierno ecuatoriano por no protegerlos al aprobar una avalancha de proyectos de perforación y permitir otras actividades extractivas como la tala ilegal. Estas reclamaciones han llegado a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que emitirá una decisión el próximo mes. Esta decisión podría potencialmente cerrar otras actividades petroleras más allá de los yacimientos de ITT y ampliar en gran medida la zona prohibida para la industria extractiva.
A principios de esta semana, grupos de la sociedad civil presentaron una petición ante la CIDH denunciando el fracaso del gobierno en implementar el referéndum y la voluntad de los votantes. Citan una serie de obstáculos legales y administrativos que han existido durante una década, tanto por parte del gobierno actual como de los anteriores, para impedir los esfuerzos iniciales por llevar la propuesta a las urnas y su fracaso en implementar el referéndum. La denuncia también cita la violación de los derechos colectivos e individuales de los tagaeri y taromenane, específicamente la violación de las garantías judiciales y los derechos políticos.
Las próximas elecciones podrían ser un punto de inflexión
En febrero, Ecuador volverá a las urnas para elegir presidente, apenas un año y medio después de que las elecciones anticipadas resultaran en la disolución del Congreso. Daniel Noboa, el presidente de derecha que asumió el poder en ese momento, ha inaugurado una nueva era de medidas de emergencia en respuesta a la creciente violencia derivada del narcotráfico. Las flagrantes tácticas de militarización de Noboa han profundizado la violencia sancionada por el Estado en todo el país, afectando desproporcionadamente a las comunidades afrodescendientes e indígenas, así como a los defensores de la tierra.
Durante su campaña, Noboa apoyó abiertamente la idea de mantener el petróleo en el subsuelo de los yacimientos de ITT. Sin embargo, desde que asumió el cargo, se ha asegurado de que el petróleo siga fluyendo el mayor tiempo posible. Operando bajo el pretexto de la seguridad nacional, Noboa ha utilizado como arma la violencia del narcotráfico y de las pandillas en todo el país para justificar la demora en la implementación del referendo. De hecho, el año pasado, su administración avivó los temores de una mayor desestabilización si los ingresos petroleros nacionales disminuyen, lo que preparó el terreno para una posible “moratoria” a la implementación.
El vecino del norte de Ecuador, Colombia, se ha comprometido a no realizar nuevas extracciones, se ha convertido en signatario del Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles y se ha unido a la Alianza Más Allá del Petróleo y el Gas de países y subnacionales que implementan políticas de eliminación gradual de combustibles fósiles.
En claro contraste, Ecuador apuesta su futuro a la extracción de petróleo. Noboa y todos los demás candidatos potenciales en las próximas elecciones de 2025 –con la excepción del líder indígena Leonidas Iza– han expresado su apoyo a la expansión de las industrias extractivas, como el petróleo y la minería. Si es elegido, el gobierno de Noboa estaría considerando expandir la extracción de petróleo a la remota Amazonia sudoriental a lo largo de la frontera con Perú. Esta zona es una selva tropical sin caminos, hogar de siete naciones indígenas que se oponen rotundamente a la perforación.
Necesidad urgente de una transición justa
Ecuador es un excelente ejemplo de un país que necesita urgentemente una transición energética equitativa antes de que el resto de su Amazonia se abra a la búsqueda de nuevos combustibles fósiles que el mundo no puede permitirse quemar.
Es un país muy endeudado, que enfrenta un déficit fiscal de más de 5 mil millones de dólares. Los ingresos petroleros representan un porcentaje significativo del PIB del país. Sin embargo, Ecuador tiene poca responsabilidad histórica por la crisis del cambio climático, a pesar de verse afectado de manera desproporcionada. El país está sufriendo una sequía inducida por el calentamiento global que lo ha dejado a oscuras hasta por 14 horas al día mientras ríos y embalses se secan, paralizando su sistema hidroeléctrico que alimenta a gran parte del país.
Ecuador también enfrenta importantes obstáculos a la eliminación gradual de los combustibles fósiles por parte de las instituciones financieras globales que han invertido fuertemente en mantener a flote la industria extractiva. El Sistema de Disputas entre Inversionistas y Estados, por ejemplo, es un sistema de arbitraje draconiano que otorga millones de dólares en concepto de “ganancias perdidas” a las compañías extractivas si un país promulga o aplica protecciones ambientales o de derechos que podrían limitar la extracción, incluso si esas garantías están consagradas en su constitución o los proyectos no han pasado de la fase de planificación. Ecuador enfrenta actualmente más de una docena de casos de arbitraje interpuestos por la industria petrolera. Otra barrera son las agencias de calificación crediticia que rebajan la calificación de un país –parte de su sustento económico– si promulga políticas perjudiciales para la extracción sin trabas, como hizo Moody's con Ecuador después del referéndum del Yasuní.
Como principal productor de crudo de la Amazonia, la producción actual (y ni hablar de una mayor expansión) está devastando un epicentro de la biodiversidad y de las comunidades locales. El continuo extractivismo en la región está empujando a la Amazonia y a su gente hacia un punto de inflexión sin retorno, con importantes consecuencias para nuestro mundo compartido.
El no implementar la votación para mantener el petróleo en el subsuelo del Yasuní sentaría un nuevo y peligroso precedente de que las victorias climáticas duramente logradas, incluso aquellas mediante la democracia directa y las urnas, pueden verse frustradas por el statu quo y el complejo industrial de los combustibles fósiles.
Cada día que continúan las perforaciones, se ponen en peligro las vidas de los pueblos Tagaeri y Taromenane. Seguiremos solidarizándonos con las comunidades indígenas y de primera línea de Ecuador que se organizan para marcar el comienzo de una nueva era de justicia ambiental en el país.





